No logro encerrar la luz que flota sobre mí.
Intento encontrar el pasadizo que me aleje de ella,
suspiro por cambiar su furiosa tonalidad
y apagar el misterio que la alimenta.
Soy incapaz de descubrir la madre que la protege,
equilibrar los mecanismos que la impiden morir,
ahuyentar sus amenazas, esquivar las burlas ,
detener sus obsesiones metódicas.
La luz flota, se arquea para pasar desapercibida,
es una parte del resto de mi cuerpo, la donación de la nada
un testamento borrado, una espina que no duele y está ahí,
dormida, una herida sin dolor.
Reconozco esa luz como propia, arraigada en mí para siempre.
Ahora descanso observando el poder del brillo de la luz
flotante,
y disfruto de la incertidumbre que me sugiere descubrir su
color,
el color poderoso e inexistente de la luz que me pertenece.
Invierno 2015
Se me ha encendido una “lucecilla” y he vuelto a las
andadas. Un año después, ¡¡uff¡¡